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MARÍA PAZ


Al terrorismo, es el odio quien le allana el camino.

Cuál habría sido el sentido de su vida si no realizaba ese viaje, se preguntaba cada noche, mientras dejaba las horas transcurrir en el infinito sosiego de aquella cama de hospital que hacía más de un año se había convertido en su hogar. Los ayes cercanos interrumpían su ligero sueño. Recordaba los lamentos que, en tiempos no tan lejanos, oía mientras agazapado en una covacha, escondida en lo intrincado del monte, intentaba dormir abrazando con ternura y miedo su GLOCK.

Patrullaba como de costumbre, con sus dos compañeros, una de las trochas que eran su habitual recorrido para llegar a la base, parecía una tarde tranquila; la vieja FORD serpenteaba los vericuetos enramados que los llevarían al descanso, saltando al compás de rocas y baches. Iba de copiloto, por estratégica disposición el compañero de atrás llevaba el fusil. Se percató de movimientos cimbreantes en los árboles que sobresalían de la espesura, el sonido del motor no dejaba escuchar lo que acontecía más allá, pero él sabía que algo no andaba bien; como era de costumbre no dijo nada en voz alta, tras un movimiento de sus manos, el piloto bajó la velocidad del vehículo y se oyó al hombre de atrás preparando el arma, él rastrilló la suya. No quedó tiempo para más, de repente una detonación hizo retroceder la máquina, casi levantándola del suelo, no podían quedar aturdidos mucho tiempo por los efectos del estruendo, ya a esas alturas eran plenamente conscientes de lo que estaba sucediendo, debían resguardarse y perderse en la espesura de la selva si querían sobrevivir. Recularon cuerpo a tierra, escuchaban entre ellos sus movimientos, no podían gritar, los ubicarían fácilmente. Escuchaban a los lejos:"Viva el presidente Gonzalo", mientras las ráfagas de balas pasaban silbando, herían sin tocarlos. El hombre que llevaba el fusil se detuvo y empezó a responder el ataque, tenía que hacerlo, era su responsabilidad, era el único que tenía un arma de largo alcance, les daría tiempo a sus compañeros para esconderse, con un poco de suerte los repelería, dos minutos después se dejaron de escuchar los ruidos del fusil.

Solo él sobrevivió, sus compañeros cayeron, uno luchando, otro huyendo. Una bala había entrado por su costado mientras se arrastraba, dañando su columna; el dolor que sintió fue intenso pero soportó, soportó las dos horas que demoró en llegar la ayuda. Lo trasladaron a la capital, tenían que operarlo y así fue, sería necesaria una larga recuperación pero se recuperaría. Durante el año en rehabilitación en ese hospital capitalino, conoció a María Paz, una joven y guapa enfermera que lo ayudaba en sus terapias, todo fluyo natural, se enamoraron.

Cada noche cuando se despertaba en aquel hospital, pensaba en María Paz; que sería de él sin ella, sin su paz, que sería de él si no hubiese ido a buscarla, al final la encontró y lucharía por ella siempre, de otra forma, sin armas, con amor, pero lo haría, porque siempre vale la pena luchar por ella, aunque suene antagónico, siempre vale la pena luchar por vivir con paz, se llame o no María.

Roberto Alvaro
Mollendo 27/02/2018

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